Llevo varios días asistiendo de forma razonablemente inmutable al neoberlanguismo (dícese del recibimiento a personas de otros países al más puro estilo Bienvenido Mr. Marshall) más esperpéntico de parte de la prensa y del catalanismo vinícola bienestante (¿?) ante la visita a nuestras tierras del doctor en psiclogía clínica y crítico norteamericano Jay Miller de The Wine Advocate: seguramente la publicación más influyente del mundo en cuanto a vinos se refiere. Es decir: Robert Parker Jr. aterrizó en Catalunya. Vale, nada en tengo en contra de este señor, al que no conozco y con el que no dudaría un sólo segundo en compartir una buena velada tomando y hablando de vinos, la acumulación tiene sus ventajas. Veo una foto del tipo y me parece un cachondo con el que tomaría muchas cosas que seguro valen la pena. Yo soy un don nadie, en esto del vino, y él es un crack, de verdad que lo es. Un tipo que prueba (La Vanguaria dixit), 1.300 vinos en 11 días (tocan a 118,18 al día), tiene que ser una aunténtica bestia. Y todo esto lo hace aún siendo amante del béisbol, cosa con la que no comulgo, porque nunca entenderé el atractivo de este deporte: así Don Delillo le dedicara sus mejores páginas, en el prólogo de Underworld*.
Pero venga: todos a decir que Miller es la gran esperanza del vino catalán. ¿Cómo? ¿A qué tanta pompa? ¿Ésto de qué va realmente? Pues, en mi modestísima opinión, esto va de un país que produce grandes, buenos, mediocres y malos vinos en cantidad (de todo hay cuando se es productor) y que busca –necesita– desesperadamente vender y no sabe cómo. Es lo que pasa cuando uno hace ago sin pensar cómo lo va a vender. El mercado interno está por los suelos (ahora sube dos décimas, ahora baja una) y nadie tiene muy claro -se habla poquísimo de ello- si vale la pena luchar para remontar el consumo de vino catalán en Catalunya. Ojo, que el cava es tema aparte y no lo meto en este cuento. Poco importa que, restaurante tras restaurante, por todo el ancho del país, las cartas estén repletas de vinos (la mayoría los mismos y bastante psé, porqué no decirlo) de los de millones de litros, de Rioja y Ribera, y apenas algún blanco del Penedés o algún tinto de Priorat, como haciendo el favor. De lo más trillado. Nada nuevo. ¿Quién no se ha sentido decepcionado en el eterno pelegrinaje a mil-y-un restaurantes? Sí, hay excepciones, pero quien se mueva habitualmente por restaurantes del país, no sólo Barcelona (dónde sólo hay UN Monvínic, caray), y sea un poco sensible al asunto, sabe que esto es así. Y quien se mueva habitualmente, o tal vez no tan habitualmente, pero se mueva por restaurantes del país vecino, el del norte, sabe que en cualquier rincón tienen un apartado en la carta de vinos para algunos caldos de la zona, ya sea en la Saboya, Sancerre-Orléans o el Bearn-Jurançon. O del país, en otras partes todavía menos consideradas (que aquí nadie es perfecto). Luego, siempre habrá lugar para algún Burdeos, Borgoña, Loire, Alsace o Languedoc-Roussillon. Pero que encontraréis vinos de la tierra, así no sea una zona de gran (réputé) producción, eso os lo aseguro. Yo declaro que en Francia hay lugar para la sorpresa local. En España, en concreto en Catalunya, quien sepa, le ruego que me diga, pero suele ser un país páramico. Hablamos de cartas de vino. Aquí no, somos los reyes del mambo pero aquí hacemos el panoli. Hay excepciones, repito. Muchas. Pero nuestra mucho más que justificable dosis de chauvinismo la dedicamos a otras cosas, algunas de ellas bastante más estériles y cortoplacistas, mientras los mismos vinos de siempre, que saben todos igual (ya sean riojas o riberas), invaden nuestro consumo interno. Ante eso no hay que luchar, no, para qué. No vale la pena. En un país que es todo él tierra de vino (la geografía habla: las antiguas terrazas abundan por todas partes, y quien lo ponga en duda le invito a salir de ruta con mi furgoneta), no vale la pena hacer nada contra la atonía de las cartas de muchos restaurantes (y el stock de muchas tiendas, ya que estamos, aunque esto es comer aparte), no justifica el esfuerzo. No creemos que el turista de fuera valore el poder encontrar vino del país. Y el de dentro ni te digo, ¿para qué?
Ergo, ¿solución? Exportación. Hacia el mercado exterior el excedente (que palabra tan horrible), y todo resuelto. Es la vieja-nueva panacea del vino catalán. Nietzsche estaría orgulloso de este eterno retorno en el que vivimos. Ahora bien, el mercado exterior (salgamos de España, que es un mercado interior de tipo B, o exterior de tipo A) plantea unos competidores muy jodidos, bien sea por calidad (Francia, Alemania), por imagen (Italia), por cuota de mercado razonablemente cautiva (Portugal) o por precio (el nuevo mundo en general, como Australia, Nueva Zelanda, Suráfrica, Chile o Argentina). Nada de esto es unívoco, obviamente: se cruzan los motivos (algunos vinos de Suráfrica o Australia son como para buscar nómina en The Wine Advocate). Pero vamos al ajo de la cuestión inicial. El caso es que en estos días no ceso de escuchar cosas como: «Jay Miller, mano derecha de Robert Parker, el crítico de vino más influyente del mundo, va a poner los vinos de Catalunya en el sitio que se merecen». Y van unas cuantas. En los medios convencionales, en Facebook, en varios blogs. Y esto se ha dicho. Y se respira en el ambiente. Es de ésto de lo que trata la visita de Jay Miller a Catalunya. Un tipo que posiblemente me caería estupendamente.
Me imagino la película: el bueno de Jay Miller aterriza en El Prat (¿vendrá en Ryanair?). Quién lo financia, porqué no lo va a hacer The Wine Advocate, ni de coña, que aquí hay que cobrar y nosotros somos los cracks, que se note. Bueno, hasta ahí todo bien, no seamos inocentes, pasa en las mejores familias. Todo el lameculismo le espera. Esa parte pasa, así no guste. Aunque, pensándolo bien, si yo fuera Jay Miller no tendría dudas (gota aparte) en ponerme las botas sin tener que poner un duro. ¿Cómo no va a pensar que hace lo que le gusta, o sea cobrar y además comer y beber lo que le venga en gana, y no disfrutrar en el intento? (volvemos a La Vanguardia). Pues le llevamos a los gordos, que las ventas tienen que notarse, y también a algún pequeño, que también hacen buenos vinos. Algo sabrán esos artesanos. Bueno, aún faltan 4 días para que se vaya. La prensa a lo suyo: a hacerle la rosca al nuevo mesías. Lo siento pero llegados a este punto yo me alineo en The Feiring Line. No es que no me guste Miller o Parker. El día que esté donde ellos, apaga y vámonos, que aquí estoy yo escuchando a Paolo Conte. Es que me jode el encefalograma plano de algunos respecto a su visita. Porque este tipo, guste o no, es de la escuela: «yo digo qué le tiene que gustar siempre al consumidor final, lo pongo en una escala a partir de 85, y hasta 100, y luego el consumidor va a pedir lo que quiere que le diga yo que debe tomar, así que las bodegas harán lo que el consumidor pida, es decir, lo que yo digo. Porque si no, adiós ventas«. La jugada es redonda. El consumidor es EEUU y como en China e India no hay The Wine Advocate, pues suma millones de consumidores. Y ahí es donde apuntan las esperanzas de toda una Catalunya sedienta de ingresos. Porque se hacen decenas de vinos abosultamente innecesarios sin pensar en cómo se venden, aunque esto es materia para otro post.
Y me jode que no haya resistencia, así se de contra la pared. Que no se manifeste. Ya sé que se puede decir: «es el Imperio, y el Imperio manda y hay que vender, que muchos puestos de trabajo dependen de una opinión». Cierto que los trabajadores de Nissan han aceptado congelar su sueldo para garantizar un precario futuro, o futuro precario (que uno no sabe cuál es el orden) que es inevitable, que es el que se viene porque los mercados blablabla, y en el mundo del vino muchas familias viven del tema como para ponerse pelolínguicos. Pero tampoco pasemos la lengua sin reservas por donde pise el Sr. Miller, que uno tiene su orgullo de terra de vins, que igual es capaz de tener una opinión sin que todo el stablishment català del vino se arrodille a extender la alfombra roja allí por donde el enviado de Su Majestad, Parker Jr. vaya a determinar el futuro (tu sí, tu no) del vino en el mundo. Porque esto va más de una partida de Risk que de Tute o del domino en el que mi abuelo es campeón del Casal.
Pero claro, mientras escribo estoy tomando un Tres Uves del 2006 que guardaba desde hace algún tiempo, y todo esto realmente me suena muy distinto a lo que estamos hablando…
Pero pasemos a cosas serias:
*Alguien que comienza un libro:
Habla con tu misma voz -americano- y en sus ojos se detecta un brillo que siempre resulta esperanzador.
…no puede no estar en el mismo lugar en que están Melville, Poe o Thoreau. Que es en el piso superior de Miller, Capote o Auster, por supuesto. Por favor, lean a Don Delillo y déjense de Larssons y caducifolios del estilo.